Famoso es, así mismo, el poema místico "El coloquio de los pájaros", escrito por Farid Uddin Attar en el sXII de nuestra era, en donde todos los pájaros del mundo se reunen para planear la búsqueda de su rey, el Simurg (descripto por diferentes fuentes como un ave de plumaje naranja metalizado provisto de cuatro alas, cola de pavo real y cabecilla humana), quien había dejado caer una de sus espléndidas plumas en el centro de (curiosamente, también) la China.
Los pájaros que dicen grandes verdades suelen aparecer desde la antiguedad en numerosas fábulas tanto orientales como occidentales. La mitología nos cuenta, por ejemplo, que el adivino Tiresias también conocía a la perfección el lenguaje de los pájaros (Minerva, la diosa de la Sabiduría, se lo había enseñado). San Francisco de Asis, por su parte, dedicaba su prédica a los pájaros dado que su palabra era apreciada por ellos más que por los hombres, obstinados en vivir en la ignorancia.
Los pájaros de "El idioma de los pájaros", sin embargo, al igual que el ruiseñor del Emperador de la China, se asemejan más al autómata preferido por el Maestro de Música de la corte que a estas aves iluminadas."Este sí que está formado en mi escuela!" se jactaba el Maestro de Hans Christian Anderssen. Tan orgulloso estaba del ruiseñor de metal, capaz de repetir hasta el cansancio las mismas escalas y ritmos, los mismos valses y sonatas, que se dedicó a escribir, con complicados caracteres chinos, veinticinco largos y eruditos volúmenes sobre el pájaro mecánico.
Los pájaros de "El idioma de los pájaros" son máquinas-poetas. En este sentido, comparten con el ruiseñor mecánico, en primer lugar, la paradoja de combinar una fragilidad extrema con una armadura rígida y monstruosa. También comparten el hecho de estar programados para re-citar palabras. ¿Acaso las palabras no son siempre ajenas?
Italo Calvino decía que, en última instancia, todo escritor es una máquina: trabaja colocando una palabra tras otra siguiendo reglas predefinidas, códigos, instrucciones adecuadas. En efecto, la literatura no puede dejar de estar implícita en las reglas del lenguaje. O, en el mejor de los casos, movilizada a partir del llamado de lo indecible, continúa su trágica lucha por salirse de los límites de las mismas sin lograrlo.
Además de las aves autómatas, en "El idioma de los pájaros" hay otro tipo de aves, incluso más aberrantes todavía: las que están hechas únicamente de palabras. Cisnes, golondrinas, cuervos y ruiseñores se nos presentan como pájaros linguísticos, capturados por las máquinas-poetas dentro de una inviolable armadura significante.
Esta es la trágica canción de los pájaros de "El idioma de los pájaros": cuanto más cantan, más
irremediablemente prisioneros quedarán de la jaula del lenguaje
Los pájaros viven fundamentalmente entre los árboles y el aire y dado que sus sentimientos dependen de sus percepciones, el canto que emiten es el lenguaje transparente de su propio ser, quedando luego atrapados por él y haciendo que cada canto trace entonces un círculo mágico en torno a la especie a la que ellos pertenecen, un círculo del que no se puede huir, salvo para entrar en otro y así sucesivamente hasta la desaparición de cada pájaro en particular y en general hasta la desaparición y/o dispersión de toda la especie.
A través del canto de los pájaros, el espíritu humano es capaz de darse a sí mismo juegos de significación en número infinito, combinaciones verbales y sonoras que le sugieran toda clase de sensaciones físicas o de emociones ante el infinito. (Develar el significado último del canto de los pájaros equivaldría al desciframiento de una fórmula enigmática: la eternidad incesantemente recompuesta de un jeroglífico perfecto, en el que el hombre jugaría a revelarse y a esconderse a sí mismo: casi el Libro de Mallarmé).
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